miércoles, mayo 18, 2005

¡Madrid!

Por su interés, reproduzco la columna de Javier Figuera aparecida ayer en El Mundo:

"Canadienses, canadiensas,
mesdames y salchicheros,
gentlemen y moscovitas,
horteras y bananeros,
australianos, africanos,
alemanes cerveceros,
realeza monegasca,
de Texas los ganaderos,
modelos de pasarela,
de Arabia los petroleros,
y todo lo que se mueva
con tal que tenga dinero,
que no pensamos en pobres,
en chusmilla ni en balseros,
comedores de tapioca,
mercancías de negreros:
Atended lo que el modesto
pregón del gacetillero
-nacido en Valladolid
en un frio mes de Enero
que una semana después
ya era gato madrileño-
tiene el gusto de deciros
con bemoles que le hicieran
de Sabina telonero.

Siglos hubo que esta villa,
lugar de corte o plebeyo,
aun capital de un imperio
con más moho que bargueños,
dormitaba a pierna suelta
bajo cielos velazqueños
y llegado el mes de Mayo
juntaba a sus lugareños
en el prao de San Isidro
para cumplir el empeño
de dejarse retratar
por los pinceles goyescos.
Madrid era una letrina,
un zaguan, un burladero,
un invento costumbrista,
mentira de mentidero.
Madrid, castillo famoso,
guarida de pendencieros,
abrigo de medradores,
más pobre que pedigüeño.
Madrid de reyes prognatos
con bragueta de tendero.
Gotosos y melancólicos
midieron inteligencias
con enanos extremeños.
Madrid de santos oficios,
paseo de costaleros
cargados de muchos Cristos;
policromados ahora
y teas vivientes luego.
Madrid que fue rompeolas,
Madrid del himno de Riego,
Madrid de brazos en alto
en el Madrid de los muertos.
Madrid de eterna posguerra,
de un invierno a otros inviernos
fríos como carceleros
de la razón y el fuero.
Madrid procaz y galante,
cuna de la cama y el requiebro
huerto de las represiones,
penitencia de los huevos.
Madrid de la soledad,
nostalgia de exilios cientos;
referente del ensueño,
Madrid poblachón manchego.
Pero esos son otros tiempos
y, de aquel estercolero,
surge una ciudad moderna
que es como un inmenso agujero
con las calles levantadas
y las grúas por el cielo
arañando los escombros
que han dejado los incendios.
Abajo los madrileños
con el polen por sombrero,
en el marasmo diario
de que voy y no me muevo,
rumia para sus adentros
los planes de Butragueño
para vencer en Europa
en el año venidero.
Depués de aquel referendum,
ninguno más europeo,
porque, si es como parece,
hasta los mismos franceces
se les ha visto el plumero.
Y, en lo tocante a París,
siquiera sea por eso,
la note del Comité
de la propia cosa olímpica
no puede ser sino cero.
De Londres a Nueva York
sólo cabe mucho menos:
La foto de las Azores
se va llenando de muertos,
y así pasen seis decenios,
en el mismo emplazamientos,
juntos los recordaremos
aquellos hombres bajitos
que, contra sus mismos pueblos,
hicieron sangrar al mundo,
empeñados en negarles
las verdades del barquero.
¡Vaya ironía tan cruel
la de ver a Bush o Blair
inagurar unos juegos.
Con la verdad por delante,
Juan Carlos y Zapatero,
seis infantes y Letizia
y el padre con su sombrero
y guía de abanderado,
Gallardón de pebetero,
que, al final, ganan los buenos.
Y en el límite de tiempo,
en pleno ataque de nervios,
que no nos cojan en cueros:
A tenor de las encuestas
Madrid es el gran arcano
de Cuenca hasta el extranjero.
Mejor llamarlo ¡Madrid!
metido entre admiraciones
no parece tan paleto.
¡Total por 15 millones
que nos costará el invento!
Vallas, prensa y otros medios...
una menudencia en euros.
¡Todo un par de banderillas
de esta ciudad de toreros
en el lomo de otros predios!
¡Toro negro, toro negro...!